viernes, 21 de septiembre de 2012

Poema conjetural (II)



Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Marcas de pipas, Miguel Brieva - DINERO

Tomaremos como motivo de nuestro análisis a las mascotas representativas de dos empresas que compiten en el sector de la alimentación con el mismo producto: la pipa. La coincidencia facilitará la percepción de las abismales diferencias que separan la una de la otra y que, para el ojo no preparado, permanecen subrepticiamente ocultas. En apariencia, ambas mascotas presentan idéntico esquema: figurilla empatizante con pipa enorme, amplias sonrisas, ojos saltones, etc. Pero dejemos ahora la candidez para mejor ocasión y ahondemos en lo dispar.
La mascota de Doña pipa representa a un animal reconocible, un elefante, en tanto que la de Grefusa se mantiene en la ambigüedad de un serecillo indeterminado. Fíjense en las actitudes, mientras e

l elefante, que por ser paradigma de lo grande hace de la pipa un fruto seco aún más descomunal, se aferra a la misma desde el suelo, casi a rastras, la mascota ovalada carga trabajosamente con su pipa-menhir, pero no parece acusar el esfuerzo. Y hay todavía más: el elefante exclama algo: “¡Más grande que yo!”, en referencia no tan sólo al tamaño (no nos dejemos engañar) sino a algo más recóndito y profundo, frente al entusiasta mutismo de la pipa pelada de Grefusa, sí, porque ¿qué otra cosa puede ser, sino una pipa pelada que acarrea alegremente tras de sí la cáscara que la contuvo y la vio crecer?
Tenemos, pues, dos posturas diametralmente opuestas subyacentes bajo estas “inocentes” criaturas. Doña Pipa parece proponer un modelo de personalidad sometida, dependiente minusvalorada frente a un poder que supone superior. Grefusa por el contrario, lanza un alegato vitalista a favor de la libre acción, del individuo que rompe sus cadenas y aprende a convivir con su propio pasado, con su memoria (la cáscara de pipa), y en una categoría espiritual, admite la posibilidad de una esperanzadora conciliación entre el alma (pipa pelada) y el cuerpo (pipa-menhir).


 


 
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