jueves, 28 de febrero de 2013

Post-scriptum sobre las sociedades de control, Gilles Deleuze

Historia 

El martirio de Santa Catalina de Alejandría

Gaudencio Ferrari



Foucault situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVII y XIX, y estas sociedades alcanzan su apogeo a principios del siglo XX. Operan mediante la organización de grandes centros de encierro. El individuo pasa sucesivamente de un círculo cerrado a otro, cada uno con sus propias leyes: primero la familia, después la escuela (“ya no estas en la casa”), después el cuartel (“ya no estas en la escuela''), a continuación la fábrica, cada cierto tiempo el hospital, y a veces la cárcel, el centro de encierro por excelencia. La cárcel sirve como modelo analógico: la heroína de Europa 51 exclama, cuando ve a los obreros: «creí ver a unos condenados». Foucault ha analizado a la perfección el proyecto ideal de los centros de encierro, especialmente visible en las fábricas: concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto debe superar la suma de las fuerzas componentes. Pero Foucault conocía también la escasa duración de este modelo: fue el sucesor de las sociedades de soberanía, cuyos fines y funciones eran completamente distintos: gravar la producción más que organizarla, decidir la muerte más que administrar la vida; la transición fue progresiva. Napoleón parece ser quien realizó la transformación de una sociedad en otra. Pero, también las disciplinas entraron en crisis en provecho de nuevas fuerzas que iban produciendo lentamente, y que se precipitaron después de la segunda guerra mundial: las sociedades disciplinarias son nuestro pasado inmediato, lo que estamos dejando de ser.
Todos los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada: cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia. La familia es un (espacio) “interior” en crisis, como lo son los demás (espacios) interiores (el escolar, el profesional, etc.). Los ministros competentes anuncian constantemente las supuestamente necesarias reformas. Reformar la escuela, reformar la industria, reformar el hospital, el ejército, la cárcel; pero todos saben que, a un plazo más o menos largo, estas instituciones están acabadas. Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada mientras se instalan esas nuevas fuerzas que están llamando a nuestras puertas. Se trata de las sociedades de control, que están sustituyendo a las disciplinarias. “Control” es el nombre propuesto por Burroughs para designar al nuevo monstruo que Foucault reconoció como nuestro futuro inmediato. También Paul Virilio ha analizado continuamente las formas ultrarrápidas que adopta el control “al aire libre” y que reemplazan a las antiguas disciplinas que actuaban en el período de los sistemas cerrados. No cabe responsabilizar de ellas a la producción farmacéutica, a los enclaves nucleares o a las manipulaciones genéticas, aunque tales cosas estén destinadas a intervenir en el nuevo proceso. No cabe comparar para decidir cuál de los dos regímenes es más duro o más tolerable, ya que tanto las liberaciones como las sumisiones han de ser afrontadas en cada uno de ellos a su modo. Así, por ejemplo,

Mujer y Montaigne (V), Conclusión y bibliografía

Conclusión




El libro de Montaigne es la concreción del pensamiento del autor a lo largo de veinte largos años. La única y gran finalidad que tiene, la que le da su sentido, es la que sigue la máxima de conócete a ti mismo. El autor de los ensayos tratará toda la gran variedad de temas que trata para llegar a un mayor conocimiento de lo que su propio espíritu es. Mediante este método no solo consigue mayor conocimiento de sí mismo, sino que también da capacidades a quien lo lea. Como dijese Alexander Nehamas, «el autoconocimiento es la conciencia de nuestras limitaciones»[1]. Cuando somos conscientes de nuestras limitaciones no es porque nos conformemos con aceptar lo que nos digan que no podemos hacer, sino que encontramos en nuestra condición y en nuestra conformación física y psicológica una especie de perfil de nuestro ser. Todo él hecho con nuestras propias interrogaciones. Nuestra propia razón será la que tenga que inspeccionar nuestros abismos y, si tenemos suerte, encontrar sus  profundidades. En el caso de Montaigne, no busca el autor ser y decir lo que una mujer puede  o es para que lo admita y acepte, sino que intenta desentrañar que es, cómo y por qué es para encontrar su propio reflejo en ella. Sin el resto de las personas no podríamos compararnos con nadie, no podemos figurar nuestros detalles, puede que ni nuestra propia personalidad, sin la visión del otro. Es por el otro por lo que podemos compararnos, encontrar las diferencias y conocer nuestro lugar en el conjunto, buscando las desemejanzas encontramos nuestra propia identidad. Nos dibujamos en la diferencia del otro. 

La mujer, como cualquier otro ser humano, encontrará su camino buscándolo, este es el mensaje último que Montaigne dejará intrínseco en su obra. El destino último que se perfila en la obra de De Beauvoir. La mujer ha sido construida (y destruida) por el otro, a fuerza de aplastarla, ahora, toca encontrarse a cada una. No solo como mujer, sino como individuo, como ser consciente del mundo que le rodea, y más importante, como ser consciente de su propia finitud. «Sócrates también le enseñó a Montaigne que hay poco que aprender de él, aunque uno puede aprender mucho a través de él[2].» Puede que lo mismo hubiéramos de hacer nosotros con Montaigne. 
En conclusión, Michel de Montaigne fue tanto un hijo de su época, como un hombre de una época pasada en su tiempo. La mayoría de las consideraciones que hoy nos parecen vanguardistas para su momento fueron tomadas, interpretadas y consideradas de una mezcla de clásicos de la antigüedad. Fueron los antiguos quienes conformaron su pensamiento y quienes dieron las alas para ver más allá del horizonte de su tiempo, cegado por el fanatismo y el miedo. Fueron ellos quienes dieron la capacidad y el valor de dar una mirada introspectiva en la naturaleza humana. Puede que por eso tengamos la capacidad de tratar hoy estas cuestiones con las armas que Montaigne utilizó, porque, al igual que él antes que nosotros, miramos sobre hombros de gigantes.


[1]: El arte de vivir, Alexander Nehamas, Pre-Textos, 2005
[2]: Nehamas, op.cit., p.195




Bibliografía
 
-Michel de Montaigne, Ensayos completos, Cátedra, 2010, Traducción de
Almudena Montojo

-Michel Onfray, El cristianismo hedonista, Contrahistoria de la filosofía II, Anagrama
2010, pp. 264-275

-Peter Watson, Historia intelectual del siglo XX, Crítica, Barcelona, 2010, pp. 451-
459

-Lucrecio, De la naturaleza de las cosas, Cátedra, Edición de Agustín García Calvo,
2004, pp.278-285

-Marvin Harris, Antropología cultural, Alianza, Libro de bolsillo, 2011, pp. 445-477.
Utilizado para trazar una línea clara de puntos en los que centrarse al analizar el
texto.

-Artículo de blog «Montaigne, Bloom y las mujeres»,
«http://denadapuedovereltodo.blogspot.com.es/2011/10/montaigne-bloom-y-las-mujeres.html». Para una primera aproximación al tema e ideas principales de análisis

-Alain de Botton, Las consolaciones de la filosofía, Punto de lectura, 2011, pp. 156-
236. Para un acercamiento general al pensamiento de Montaigne.

-Alexander Nehamas, El arte de vivir, reflexiones socráticas de Platón a Foucault, Pre-
Textos, 2005.


-Manuel Cabello Pino, La enfermedad de amor en Lucrecio y Catulo, Tonos, numero XVIII

Mujer en Montaigne (IV), Educación sentimental


 Educación sentimental


Hombre y mujer, casi iguales en todo, son separados de manera abrupta en sus características por educación e institución. El hombre es educado para ser dominante y agresivo, la mujer para ser pasiva y dominada. Esta es fundamentalmente la tesis de Montaigne. La mujer es controlada desde el mismo momento de nacer por parte de los hombres, el mundo, construido a imagen y semejanza de estos se convierte en una cárcel para ella. Montaigne adaptará el Discurso sobre la servidumbre voluntaria de 1547 de su gran amigo Étienne de la Boétie para defender que «No yerran las mujeres al rechazar las normas de este mundo pues han sido hechas sin su consentimiento[1]», imposible ser más claro. A modo de ejemplo recuerda el autor de los Ensayos cómo, una vez que veía a su hija leer, la matrona a su cargo la cortó bruscamente para evitar que pronunciara la palabra fouteau[2]. De aquí se deriva una larga exposición de cómo las mujeres son educadas para el amor, para la delicadeza y para las grandes esperanzas. ¿Cómo puede ser esto así para después reprochárseles quecaigan en el deseo incontrolable de los amores? Cómo se les puede educar a ser siempre expertas en las artes del amor y luego castigar las actividades que de él se derivan? Poco sentido encuentra Montaigne también en la educación que considera el cuerpo como impúdico, al considerar este como el seno de males lo único que se hace es crear un malestar con nosotros mismo y con el propio acto que nos da la vida. Ni la tendencia o moda a adornar en demasía el cuerpo, pues lo único que generará será falsas expectativas y frustración en quienes no pueden alcanzar lo que las pompas prometen. El hecho de ser prácticamente iguales en naturaleza no quiere decir en Montaigne que no haya grandes diferencias entre hombres y mujeres, pero son diferencias tan grandes como podría haber entre unos hombres y otros. El hecho de que sean bondadosos, de carácter difícil o de corazón malhumorado no viene de ser hombres o mujeres sino de la idiosincrasia de cada individuo, de las vivencias que lo conforman y de la ascendencia que le preceda. La construcción que hace la vida en nosotros, es lo que construye el carácter de cada uno, una visión que podemos ver sobreviviendo hoy en día en teorías como la del psicoanalista Wilhelm Reich[3]. Analizando el carácter de un individuo en profundidad podríamos deducir algunas de sus vivencias, miedos y esperanzas. Primeros trazos de lo que se llamará subconsciente en el siglo XX, y en pleno siglo XVI... 
 
Como dice Onfray, en su ya citado libro, sobre Montaigne y las mujeres, «Que no se busque en los genes la ficción de un eterno femenino o de taras irremediables; cuando las mujeres son mediocres, lo son a causa de lo que los hombres hacen de ellas». Sin duda un pensamiento adelantado a lo que en la época se practicaba. Si bien Montaigne no evita las consideraciones varias acerca de lo poco fiables que son las mujeres o su malicia o «falta de ciencia», tampoco evita decir que las mujeres se ven sometidas por una sociedad que las educa para ser de una manera concreta para luego castigarlas por ello. Una sociedad que se ha creado alrededor del hombre y de cuya naturaleza la mujer no participa.
Así Montaigne, sin decirlo en estos términos, establece que la condición de la mujer es un juego de espejos de la condición del varón. Tanto como es el esclavo de su amo. Nacidos casi en igualdad, son divididos al dársele a uno el poder sobre el otro.
No es de extrañar que una de las guardianas del legado de Montaigne y la persona con la relación más estrecha en los últimos años del autor fuera Marie de Gournay, escritora a su vez de textos como L’egalité et des hommes et des femmes o Grief des dames que podríamos considerar como precursores de lo que luego se conocería como teoría feminista. Defensora no solo de la igualdad entre hombres y mujeres sino también de esposas y madres con maridos e hijos. La desigualdad es producto de instrucción e institución.


[1]Íbid
[2]En francés antiguo podía significar haya o una palabra malsonante
[3] «El yo, la parte de la personalidad expuesta al mundo exterior, es donde tienen lugar la formación del carácter; se trata de un amortiguador en la lucha entre el ello y el mundo exterior [...] La relación entre carácter y represión es la siguiente: la necesidad de reprimir las demandas instintivas da origen a la formación del carácter.» Wilhelm Reich, Análisis del carácter, Paidós, Colección Surcos, 2010, pp. 184-185



Mujer en Montaigne (III), Amor y matrimonio


Amor y matrimonio




Cuando De Beauvoir defendió en su El segundo sexo (1949) que hasta ahora la mujer solo había sido expresada en términos de su relación con los hombres (madres, hijas o hermanas) y que ahora tocaba buscar la propia identidad, dio en el clavo. Si Montaigne trata a las mujeres en sus Ensayos es en gran medida por su relación con ellas en el amor, en el matrimonio y en sus vivencias cotidianas, por lo que cualquier interpretación que demos de la mujer aquí será en relación a estostérminos[1], pero ello no quita el hecho de que Montaigne intentara sinceramente encontrar las razones imparciales de la condición de la mujer como él la había conocido. Así, narrará uno de las líneas más avanzadas de su tiempo en este tema. "Diré que varones y hembras están formados en el mismo molde; excepto la educación y la costumbre, la diferencia no es grande". [2]Lo que temerá sobre todas las cosas Montaigne en la mujer no será ninguno de los atributos depredadores que se les asocia, sino su capacidad para mermar la libertad del hombre mediante las relaciones que tengan con ellos. Esposas, amantes o amigas.
Habremos de tener esto, y la concepción epicúrea tratada antes, muy en cuenta si queremos entender bien lo que Montaigne quiso decir cuando trató el tema del matrimonio y del amor.

El matrimonio, más que una cuestión de individuo, es una cuestión de linaje. Así de claro dejará el autor su posición, no es una cuestión de amor, de pasión ni de interés personal, es una consideración hacia las generaciones que vendrán. Más bien, el amor y la pasión estarán en las antípodas del matrimonio, cualquier matrimonio que se precie debería seguir los métodos de la amistad más que los del amor (físico o psicológico). El amor es una cuestión de pasión y necesita de riesgos para sobrevivir, una pareja ha de fundar el matrimonio en algo más sólido que eso. Es un completo error, dirá el autor, casarse con una amiga, pues pocos son los matrimonios duraderos que en ello se fundan. Fundar el matrimonio con un conocido o amado es comparado con una especie de aberración, tomarse la libertad de afectar a la posteridad por nuestros deseos amorosos es algo casi frívolo[3]. Tomando a Sócrates como referencia, podemos suponer, como dice el autor, que puesto que, tanto si tomamos, como si no, a una mujer por esposa nos arrepentiremos, que mejor lo hagamos por el linaje, la familia o la posteridad. Así pues, la pareja ataráxica como la llamará Onfray, es un matrimonio que funda su relación en un sentimiento calmado, recatado, prudente, «soso» pero duradero. El sexo cumplirá una función tanto social, para dar descendencia, comohigiénica, procurarnos la salud y buenas condiciones que de él se pueden extraer.

La gran cantidad de páginas que dedica a este tema, que se diluye como siempre en otros muchos, es de gran importancia para el tema principal que tratamos, pues Montaigne, seguramente adelantándose a su tiempo y de una opinión no muy compartida por sus coetáneos (recordemos la caza de brujas que se lleva a cabo) atacará por ejemplo las relaciones sexuales que los maridos exigen sin consentimiento de sus mujeres, comparándolas con las relaciones que se pueden tener con los cadáveres[4], ambos cuerpos sin voluntad ni derecho, o defenderá también el mismo derecho al placer de la mujer y el hombre.

Pero, si el matrimonio no está fundado en el amor ¿Cómo podemos aspirar a este último? ¿Cómo ser felices sin una parte importantísima de la vida humana como es el placer físico? A esto Montaigne contesta como lo haría un buen epicúreo. El amor psicológico no es algo bueno de buscar ni encontrar, como mucho adornaría la juventud, la pubertad más bien, pero el placer físico es bienvenido en la medida que es valioso en sí mismo, la búsqueda del placer fuera del matrimonio es ampliamente aceptada por el autor, tanto para el hombre como para la mujer. Pero esto no quiere decir que sea placer sin afecto, puede haber afecto sin enamoramiento. Para él, los cuernos son algo común, no fuente de desprecio, tal vez sí de lástima, pero las cuestiones del matrimonio habrían de ser secretas y no ventilarse en público. Rememorando a los clásicos romanos recuerda que estos tenían en mala consideración tanto el vicio, como la envidia, como los celos. Por lo que mientras se dé el amor, físico, como algo que nos libra de males mayores y nos da placeres beneficiosos, siempre será aceptado de buena gana. El pensamiento de Montaigne busca un amor que no resulte alienante. Si la líbido molesta, bienvenido sea el burdel. 


[1]Este punto puede entenderse mejor al leer el Ensayo titulado Del ejercicio, Cap. VI Libro II
[2]Libro III, Cap. V
[3]«Por ello, prefiero que lo organice mejor un tercero que los interesados, y el seso de otro que el de uno mismo [...] Y así es una especie de incesto ir a usar en este parentesco venerable y sagrado de los esfuerzos y extravagancias de la licencia amorosa» Montaigne, op. cit., p.  826 
[4]Montaigne, op. cit., p.856

 

Mujer en Montaigne (II), El cuerpo


El cuerpo


La visión del cuerpo montaigniano es una visión claramente epicúrea, traspasada a Montaigne por Lucrecio en su De rerum natura. Un «cuerpo ateo» como lo definiría Onfray, «un cuerpo que rechaza el dolor en cualquiera de sus formas: nada, ninguna lógica de la salvación, justifica el sufrimiento[1]» un cuerpo que no niega a Dios explícitamente, sino al que le resulta indiferente su existencia, a la manera epicúrea.

Así pues, placer y cuerpo, grandes protagonistas del pensamiento del autor, serán de una importancia capital a la hora de analizar su concepción de los temas más variados, entre ellos, el tema de la mujer. Es por ello por lo que para comprender la visión que tiene Montaigne de la mujer hemos de conocer primeramente la concepción epicúrea del cuerpo y del amor. Sin este inciso no podremos entender del todo por qué Montaigne dice lo que dice.
Para Epicuro, el fin de la vida es la felicidad, dicha felicidad guarda una relación de identidad con el placer, entendido aquí como ausencia de dolor. La ataraxia epicúrea plantea la búsqueda de la felicidad mediante un placer sobrio y una ausencia de dolor en la medida de lo posible. En cuanto al sentido del amor epicúreo este es diametralmente opuesto al que da el idealismo romántico, Lucrecio propone buscar maneras de «desfogarse», huyendo del tiránico deseo que el amor nos provoca, mediante uno mismo o del trato con otros, independientemente de si es la persona amada o con las «Venus vagabundas» o prostitutas, vistas aquí como personas que pueden provocar un intenso placer sin las consecuencias indeseables que el amor provocaría, tales como la perdida de la propia voluntad, el deseo de ser esclavo de quien se ama o la atadura a ese simulacro que es la persona amada, una ilusión, un espejismo que nos crea Venus donde no encontramos más que buenos atributos. El amor ata el placer y la libertad a una sola persona, haciéndolos excluyentes, así que siendo estos dos pilares fundamentales de la filosofía epicúrea, puede entenderse por qué consideraban que el alma, al atarse a un sentimiento que la obsesiona y siempre resulta doloroso e insatisfactorio, se halla enferma. Sin embargo es importante aquí hacer una distinción entre el amor como deseo físico, que es placentero en sí, y el amor como estado psicológico, lo que nosotros llamaríamos enamoramiento, siendo este el condenado por la filosofía epicúrea[2].
Una vez que entendemos esto, podemos seguir con el análisis que hace Montaigne
en el ensayo tratado.
El autor, como señala M. Onfray, no lleva su pensamiento desde la misoginia general de su época a una filoginia, sino que busca un punto intermedio, un intento de descripción imparcial, dando tantos atributos como defectos a hombres y mujeres. «Suficiente es la igualdad5». Las mujeres, para Montaigne, son seres humanos esencialmente iguales a los hombres, salvo ciertas características, especialmente las relacionadas con el amor, que las hacen estar algunas veces por encima y otras por debajo de este. Así las concebirá esencia de sospecha, voracidad y curiosidad a la par.

Si nos centramos en la capacidad para amar, entendida de las dos maneras epicúreas, las verá más capaces que los hombres. Tienen más capacidad sexual que este y sus sentimientos son mucho más intensos. Para ello no duda en poner de ejemplo un experimento llevado a cabo por un emperador y una emperatriz romanos:

«él [Próculo] desvirgó en una noche a diez vírgenes sármata, cautivas suyas;

mas ella [Mesalina] atendió realmente a veinticinco empresas en una noche,

cambiando de compañía según sus necesidades y gustos, “adhuc ardens rigidae

tentigiene vulvae, Et lassata viris, nodum satiata recessit [3]”»

Dicha capacidad sexual en la mujer[4] puede ser considerada como uno de los puntos
clave en la consideración que tiene Montaigne, y muchos de sus contemporáneos, de la mujer como un ser que tiene un apetito sexual casi insaciable comparado con el hombre. Si entendemos que esto está relacionado estrechamente con el estado psicológico del amor podemos hacernos una idea de por qué se considera a la mujer como variable, polimorfa, cambiante, alguien no digno de confianza, pues quien esta perpetuamente enfermo de deseo es alguien que podrá vender todo con tal de saciarse. La lascivia y la lujuria como algo que puede atacar a la mujer a cada momento. «Al igual que al hombre —dirá Montaigne— que se le ha concedido un miembro desobediente y tiránico, que por la violencia de su apetito busca someter todo a sí, a la mujer se le ha dado un animal ávido y glotón[...]». Si a esto sumamos un factor que trataremos luego en el autor, la educación, que fomentará una tendencia hacia el enamoramiento, tendremos los factores que provocan esa visión de la mujer, una mezcla entre temor y desconfianza, tanto por lo que pueden hacer estas con sus capacidades como lo que sus capacidades pueden hacer con ellas.

Ya que la mujer es tiranizada por su propio sexo considera que es más loable su capacidad para permanecer casta ante las tentaciones, pues estas tentaciones son mayores en ellas que en los hombres. Pero esto tiene un reverso, la mujer es tiranizada por su sexo, sí, pero este está fisiológicamente internalizado, a diferencia del hombre, que cuando su apetito lo lleva a la excitación, aunque no lo desee, se verá públicamente delatado. Esta situación puede llevar a la mujer a una posición de superioridad con respecto al hombre, pues su capacidad para ocultar su propio deseo juega a su favor. En cuanto a la castidad, Montaigne deja claro que él no está por la labor de prohibir nada en términos sexuales, siempre y cuando estos sean tratados con prudencia, la gran balanza epicúrea en este tema. El favor de una mujer no se medirá en lo que nos dé, sino en a cuantos da lo que nos concede a nosotros. 




[1]:  Michel Onfray, El cristianismo hedonista, Contrahistoria de la filosofía II, Anagrama 2010, p. 265

[2]: Manuel Cabello Pino, La enfermedad de amor en Lucrecio y Catulo, Tonos, numero XVIII, 2009

[3]: Michel Onfray, op. cit., p. 271

[4]: «Enardecida aún con el picor de su coño tieso, y cansada, pero todavía no harta de  hombres, se retira», Juvenal, Marcial, 6,128-129

[5]: Si bien conocido pero obviado por los autores que consideraban esta temática, no fue  hasta el análisis de Masters y Johnson sobre el comportamiento sexual en Respuesta sexual humana de 1966 que no se dio una respuesta científica y objetiva a este hecho, el descubrimiento, o reconocimiento científico más bien, de la capacidad multiorgásmica de la mujer.

Mujer en Montaigne (I) - Introducción

Las entradas que vienen a continuación forman parte de un pequeño ensayo o artículo de filosofía que entronca con la antropología que realicé hace unos meses. Su temática es la visión de Michel de Montaigne (1533-1592) sobre la condición de la mujer a través de lo que puede desprenderse de su ensayo "Sobre unos versos de Virgilio", capitulo V del libro III de su Ensayos.



La filosofía no combate las voluptuosidades naturales mientras en
ellas haya mesura.

 -M. Montaigne, Ensayos


Introducción


Sobre Michel de Montaigne se ha dicho todo, y lo contrario de todo. El tratamiento que hace sobre su propio pensamiento, constantemente diciendo, desdiciendo y corrigiendo lo convierte en un puzle difícil de analizar por los expertos de la arqueología del pensamiento. Para diseccionar, primero, lo que se analiza ha de estar muerto. No es el caso de la obra magna de Montaigne, su obra es casi un ser vivo, se mueve y retuerce en un intento de encontrarse, de mirarse a sí mismo, interacciona con una miríada de reflejos de sí, distintos entre ellos, de reflejos de su propia época y de sus amados clásicos. Una mirada que se busca y nunca se encuentra de manera estática, como el hombre que se baña en un río que nunca es el mismo, una visión heracliana[1].
 Sin ir más lejos el ensayo en el que nos centraremos para este análisis sobre la diferencia entre hombres y mujeres establecida por Montaigne empieza con una reflexión sobre la vejez, el tiempo pasado y el ocio. Luego continúa hablando de los vicios donde cita a Séneca: « ¿Por qué nadie confiesa sus vicios? Porque todavía se halla bajo su dominio [...]». Desde ahí pasará a preguntarse por qué el hombre tiene más vergüenza de hablar de sexo que de asesinatos, y no será hasta este punto en el que empecemos nuestro análisis, pero sin desconsiderar lo dicho anteriormente, pues su pensamiento al ser orgánico, siempre es un flujo y reflujo de nociones y conceptos que se interrelacionan entre sí. 



[1] : Alain de Botton, Las consolaciones de la filosofía, Punto de lectura, 2011, pp. 156-236

lunes, 25 de febrero de 2013

Al poeta y al sabio todas las cosas se les acercan amistosamente 
y quedan consagradas, todas las vicencias son útiles, todos los 
días sagrados, todos los hombres, divinos.

- Cita de Emerson utulizada como lema por Nietzsche para la edición de 1882 de La Gaya ciencia

viernes, 22 de febrero de 2013

El lobo

Aparecerá aún
El lobo frente a ti

[…]

Tómalo como hermano
Pues el lobo conoce
El orden de los bosques

[…]

Él te conducirá
Por la ruta llana
Hacia un hijo de rey
Hacia el paraíso.

-Tresor de la poésie universelle, R.Caillois - J.C. Lambert

martes, 19 de febrero de 2013

Modos de ver, John Berger





Para John Berger la publicidad está articulada como un lenguaje en sí mismo. Esta puede parecer que propone una variedad infinita de elementos antagónicos entre sí, pero la verdad es que la publicidad como sistema hace una sola propuesta: Nos propone que nos «transformemos» o que «transformemos» nuestra vida. La publicidad es un proceso de fabricar fascinaciones. La fascinación de ser envidiado. La envidia de los demás  es lo que nos mueve a comprar. La publicidad se centra en las relaciones sociales, no en los sujetos. No promete placer sino felicidad, felicidad vista desde el otro.  El mecanismo psicológico sobre el que actúa es la ansiedad. El temor de que, al no tener nada, no seas nada. 

« […]la publicidad nunca puede centrarse realmente en el producto o en la oportunidad que propone al comprador que no disfruta todavía de ella. La publicidad nunca es el elogio de un placer en sí mismo. La publicidad se centra siempre en el futuro comprador. Le ofrece una imagen de sí mismo que resulta fascinante gracias al producto o a la oportunidad que se está intentando vender. Y entonces, esta imagen hace que él envidie lo que podría llegar a ser. Sin embargo, ¿qué hace envidiable este lo―que―yo-podría-ser? La envidia de los demás. La publicidad se centra en las relaciones sociales, no en los objetos. No promete el placer, sino la felicidad: la felicidad juzgada tal por otros, desde fuera. La felicidad de que le envidien a uno es fascinante.»*




Esta publicidad es una extensión de la pintura al óleo según Berger, habla con la misma voz de las mismas cosas, solo cambia el receptor de la misma. El óleo muestra lo que uno tiene, la publicidad lo que uno podría poseer. 

« […] la imagen publicitaria le roba el amor que siente hacia sí misma tal cual es, y promete devolvérselo si paga el precio del producto.»

Es la fotografía barata a color la que ayuda a evolucionar desde el óleo hasta la moderna publicidad. «La pintura al óleo era, por encima de todo, una celebración de la propiedad privada. Como forma-arte se inspiraba en el principio eres lo que tienes»

La influencia que esto tiene en la política sería que la publicidad tiene la función, deliberada o no, de convertir el consumo en un sustituto de democracia. El poder elegir libremente el qué comprar.

«En Cambio, el propósito de la publicidad es que el espectador se sienta marginalmente insatisfecho con su modo de vida presente. No con el modo de vida de la sociedad, sino con el suyo dentro de esa sociedad. La publicidad le sugiere que, si compra lo que se le ofrece, su vida mejorará. La ofrece una alternativa mejorada a lo que ya es.»

«El dinero es vida […] La capacidad de gastar dinero es la capacidad de vivir. Según la mitología publicitaria, los que carecen de la capacidad de gastar dinero se con vierten literalmente en seres sin rostro.»

Así mismo,  publicidad actúa como un sistema filosófico cerrado, da una concepción circular de la interpretación del mundo (virus del hegelianismo que lo llamará su autor).

«La publicidad es algo esencialmente sin acontecimientos. Su campo de acción es justo aquel en el que no ocurre nada. Para la publicidad, todos los acontecimientos reales son excepcionales y les ocurren únicamente a los extranjeros. Las fotografías de Bangla Desh muestran unos sucesos trágicos y remotos, pero el contraste hubiese sido igualmente agudo si se hubiese tratado de hechos ocurridos a la vuelta de la esquina, en Derry o Birmingham. El contraste tampoco depende necesariamente de que el suceso sea trágico. Si son trágicos, su tragedia alerta nuestro sentido ético. Pero si los sucesos fuesen alegres y se los fotografiase de un modo directo, y no estereotipado, el contraste sería igualmente intenso. La publicidad, situada en un futuro continuamente diferido, excluye el presente y con ello elimina todo cambio, todo desarrollo. La experiencia es imposible en su mundo. Todo lo que ocurre, ocurre fuera de él.»

En política esto se traduce a la creencia del pensamiento único. Extender la idea de que no hay otra opción más que las que se plantean al consumidor/espectador.  Las enormes y carísimas campañas políticas actuales no son más que publicidad de alto standing.
 

*Todas las citas se refieren a la obra Modos de ver, coordinada por John Berger

La cartografía de la miseria de M. Onfray

domingo, 17 de febrero de 2013

En torno a Steamboy, Katsuhiro Ôtomo (2004)





Después de ver la película de anime Steamboy, no me queda más que hacer una serie de reflexiones que me han ido surgiendo mientras la veía, tenía la necesidad de plasmarlas, de ponerlas en claro, de clarificarme y de explicarme las causas.




El leit motiv fundamental de la película es la lucha entre dos concepciones aparentemente opuestas de la ciencia, ambas aunque imbuidas en el positivismo clásico del siglo XIX-XX tienen características diferentes. El primero podríamos llamarlo el de la ciencia como verdad el segundo como la ciencia como herramienta. Como sus propios nombres indican la primera postura se fundamenta en la creencia de que la ciencia nos dará una cierta verdad escrita en la naturaleza, algo así como la naturaleza está escrita en lenguaje matemático. Dicha concepción nos lleva al pensamiento de que ha de ser preservada y cautelosamente manejada. Esta postura ante la ciencia podríamos llamarla la postura pitagórica, tanto la ciencia es la verdad fundamental de la naturaleza, dicha verdad también ha de ser custodiada, establecida ya la probabilidad de una mala utilización de la misma, es responsabilidad del científico la de velar por la buena utilización de estos conocimientos. La segunda postura, la ciencia como herramienta, viene a mostrar una creencia difundida principalmente en el siglo XIX con el positivismo de base cartesiana o comptesiana. Esta concepción de la ciencia también opina que la ciencia nos hará libres, pero no será por descubrir una verdad trascendente, sino mejorando las condiciones de vida de la población, de la humanidad en su conjunto. La realidad es medible y predecible, vamos a manejar esos conocimientos para transformarla, para “traer el reino de los cielos a la tierra”. 


A pesar de ser dos concepciones divergentes de la ciencia ambas tendencias son muy bien representadas en la película de Katsuhiro Ôtomo. Como bien decía un crítico de la revista fotogramas, “No es ausencia de fondo; es que el contenido es la forma”, la película no es el desarrollo de personajes que interrelacionan entre ellos o que nos transmiten algo personal o emotivo, es una relación entre conceptos hechos personas, ello pudo acabar en desastre, pero la película sabe jugar con ello y no solo la hace interesante por su rareza, sino la hace tremendamente analizable.

Las dos concepciones de la ciencia de las que hablamos antes se verán encarnadas en la figura del abuelo del protagonista como el científico pitagórico y el padre del mismo como el positivista moderno. EL primero lleva a la búsqueda desenfrenada de las respuestas que se plantean y el segundo llevará hasta el último extremo los descubrimientos que se saquen de la misma. La pregunta última de la película será: La ciencia ¿nos libera o nos esclaviza? 


En el desarrollo del largometraje se verá la irremediable lucha que conllevará estas dos concepciones antagónicas de la ciencia, uno quiere esconder el poder que se oculta en su propia creación (la bola de vapor) el otro quiere utilizarlo para el desarrollo, el progreso humano. Instructivo es uno de los diálogos de James Lloyd Steam (abuelo de Ray, el protagonista) «mantener la ciencia alejada de la perversidad del alma humana y de esa manera preservar el futuro».

Por otra parte el padre de Ray, James Edward Steam, planteará otra gran cuestión a la reflexión sobre la ciencia y la técnica: el amor a la máquina. Como dijéramos en un post anterior, el amor a la máquina llegó a su punto álgido a mediados del siglo XX pero ya se venía desarrollando el pensamiento del que mamaría desde el siglo XVII, el amor a la máquina será perfectamente retratado por los futuristas italianos, Eddy Steam muestra en cierto momento una cierta tendencia a ello como evolución natural de su pensamiento: el elogio de lo hidráulico o motorizado, la belleza del tanque, de las orugas, del cañón, del motor, la belleza en última instancia, de la guerra. La Torre Steam actuará así de megamáquina, un autómata que ha sido primeramente creado por la concepción pitagórica de la ciencia para ser luego tomada por el positivista. Un instrumento creado en primera instancia como entretenimiento trascendental, puede ser modificado para ser un arma de destrucción. 




Otra de las características que podríamos sacar de verla es la manera en que se muestra la guerra. Los participantes de la misma no parecen ver su crueldad, la podredumbre que la rodea, todo lo que hacen es quedarse maravillados por las nuevas capacidades de la nueva maquinaria, el amor a la máquina viene de la concepción neoclásica de la eficiencia racional como criterio estético, es bello porque su movimientos es perfectamente medible, ajustable, controlable, es perfecto, nada necesita. Será una niña,  pobremente caracterizada para mi gusto, la que nos sacará un poco de esa fiesta de maravillas donde nos estamos hipnotizando « ¡hay hombres dentro!» gritará sorprendida, eso nos devuelve los pies a tierra, la máquina no trabaja infinitamente de la nada, ha sido creada, necesita de reparación y de manejo, la carne se esconde bajo los engranajes. 


El niño Ray que se ha de manejar en este conflicto, como podemos ver, en realidad no llega a decantarse en ningún momento por una visión u otra completamente, entiende en un primer momento la visión de su padre, y le ayuda, pero luego también comprende a su abuelo, y también acaba ayudándolo. Su visión científica hará de péndulo entre uno y otro.

En fin, una gran película, totalmente recomendable que, aunque tenga algunos defectos ya nombrados, no rebaja su gran calidad técnica y argumental. Una última y gran pregunta se nos plantea al final, pregunta que podemos sumar a la anterior, si no considerarla una extensión de la misma, ¿Hay conocimientos que deberían ocultarse, conocimientos que no nos liberen?

¡Muchos habremos de recordar a Walter Benjamin en estos momentos!



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