martes, 5 de junio de 2012

Micropolítica, cartografía del deseo- Guattari y Rolnik



Es preciso intentar pensar un poquito qué quiere decir revolución. Ese término
está tan deteriorado, tan desgastado, se ha arrastrado ya por tantos lugares,
que sería preciso volver a un mínimo de definición, aunque sea elemental.
Una revolución es algo de la naturaleza de un proceso, de una transformación
que hace que no exista retorno al mismo punto. Algo, que paradójicamente,
contradice incluso el sentido del término «revolución» empleado para desig-
nar el movimiento de un astro alrededor de otro. La revolución es una repeti-
ción que cambia algo, una repetición que produce lo irreversible. Un proceso que produce historia, que acaba con la repetición de las mismas actitudes y de
las mismas significaciones. Por lo tanto, y por definición, una revolución
no puede ser programada, pues aquello que se programa es siempre el
déjà-là. Las revoluciones, así como la historia, siempre traen sorpresas.
Son, por naturaleza, siempre imprevisibles. Eso no impide que se trabaje
por la revolución, cuando se entiende ese «trabajar por la revolución», como
trabajar por lo imprevisible.



[...]Retomando el asunto, pienso que la idea de revolución se identifica con la
idea de proceso. Producir algo que no exista, producir una singularidad en la
propia existencia de las cosas, de los pensamientos y de las sensibilidades. Es
un proceso que acarrea mutaciones en el campo social inconsciente, más allá del dis-
curso. Podríamos llamar a eso un proceso de singularización existencial. La
cuestión está en cómo hacer que se mantengan los procesos singulares —que
están casi en la tangente de lo incomunicable— articulándolos en una obra, en
un texto, en un modo de vida articulado consigo mismos o con algunos otros,
o en la invención de espacios de vida, de libertad y de creación.

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