sábado, 2 de marzo de 2013

Cincuenta sombras de Grey, por H. Marcuse

—Se trata de ganarme tu confianza y tu respeto para que me 
permitas ejercer mi voluntad sobre ti. Obtendré un gran
placer, incluso una gran alegría, si te sometes. Cuanto más
 te sometas, mayor será mi alegría. La ecuación
es muy sencilla.
—De acuerdo, ¿y que gano yo de todo esto?
Se encoge de hombros y parece hacer un gesto de disculpa.
—A mí —se limita a contestarme.

 Fragmento escogido al azar al abrir el libro Cincuenta sombras de Grey.    


Ese terrible libro, que lleva vendidas ya más de 31 millones de copias en todo el mundo, terriblemente escrito pero "extrañamente" popular, entró en mi casa hace unos dos meses, desde ahí, como si de un virus se tratara sedujo a mis tres compañeras de piso, volviéndolas a la vez críticas con él y a la vez incapaces de evitar leerlo. Era un libro rompedor y, a la vez, no lo era. Cientos de libros antes habían tratado temas tan "picantes" como esos en sus respectivas épocas y pocos habían conseguido liberar nada, más bien lo contrario, habían conseguido venderlo de una manera aceptable para la mayoría.
Hace unas dos semanas mientras me encontraba en mi habitación en uno de mis comunes encierros de lectura, me encontré con la teoría de Herbert Marcuse sobre la desublimación en el mundo moderno, teoría con la cual se enfrentaba en el campo teórico al psicoanalista W. Reich.
En su teoría, el sistema político no reprimía en todo lugar y momento la sexualidad de sus miembros, sino que podía distribuir dosificadamente esas pulsiones, bajo la forma de desublimación represiva. Así Marcuse incluía al sexo como un valor de mercado, incluyendo dicha teoría en un pensamiento que podríamos llamar Freudomarxismo. 

A continuación dejaré el fragmento donde podemos leer la posición sobre el tema  en su obra El hombre unidimensional:

"Al censurar el inconsciente e implantar la consciencia, el superego también censura al censor, porque la conciencia desarrollada registra el acto malo prohibido no sólo en el individuo sino también en su sociedad. Al contrario, la pérdida de consciencia debido a las libertades satisfactorias permitidas por una sociedad sin libertad, hace posible una conciencia feliz que facilita la aceptación de los errores de esta sociedad. Es el signo de la autonomía y la comprensión declinantes. La sublimación[1] exige un alto grado de autonomía y comprensión; es una mediación entre el consciente y el inconsciente, entre los procesos primarios Y los secundarios, entre el intelecto y los instintos, la renuncia y la rebelión. [...]
A la luz de la función cognoscitiva de este modo de sublimación, la desublimación triunfante en la sociedad industrial avanzada revela su verdadera función conformista. Esta liberación de la sexualidad (y de la agresividad) libera a los impulsos instintivos de buena parte de la infelicidad y el descontento que denuncian el poder represivo del universo establecido de la satisfacción. Desde luego, hay una infelicidad general, y la conciencia feliz es bastante débil: una delgada superficie que apenas cubre el temor, la frustración y el disgusto. Esta infelicidad se presta fácilmente a la movilización política; sin espacio para el desarrollo consciente, puede llegar a ser la reserva instintiva de una nueva manera fascista de vida y muerte. Pero hay muchas formas en las que la infelicidad bajo la conciencia feliz puede volverse una fuente de fuerza y cohesión para el orden social. Los conflictos del individuo desgraciado parecen ahora mucho más fáciles de curar que aquellos que provocaron el «malestar de la civilización» de Freud, y parecen estar definidos mucho más adecuadamente en términos de la «personalidad neurótica de nuestro tiempo» que en los de la eterna lucha entre Eros y Tanatos.
 

La forma en la que la desublimación controlada puede debilitar la rebeldía instintiva contra «el principio de realidad[2]» establecido puede apreciarse mediante el contraste entre la representación de la sexualidad en la literatura clásica y romántica y en nuestra literatura contemporánea. Si uno selecciona de entre las obras que están, en su misma sustancia y forma interior, determinadas por la relación erótica, ejemplos tan esencialmente diferentes como Fedra, de Racine, Las afinidades electivas, de Goethe, Las flores del mal, de Baudelaire, Ana Karenina de Tolstoi, la sexualidad aparece consistentemente en una forma altamente sublimada, «mediatizada» y reflexiva; pero dentro de esta forma es absoluta, sin ningún compromiso, incondicional. La dominación de Eros es, desde el principio, también la de Tanatos. La realización es destrucción, no en un sentido moral o sociológico, sino ontológico. Está más allá del bien y del mal, más allá de la moral social y así permanece más allá del alcance del principio de realidad establecido, que este Eros niega y ataca.


En contraste, la sexualidad desublimada es clara en los alcohólicos de O'Neill y los salvajes de Faulkner, en el Tranvía llamado Deseo y La gata sobre el tejado de zinc, en Lolita, en todos los cuentos de orgías en Hollywood y en Nueva York, en las aventuras de las amas de casa de los nuevos suburbios. Todo  esto es infinitamente más realista, osado, desinhibido. Es uña y carne de la sociedad en la que los hechos ocurren, pero no es su negación en ningún lado. Lo que ocurre es sin duda salvaje y obsceno, viril y atrevido, bastante inmoral y, precisamente por eso, perfectamente inofensivo.
Liberada de la forma sublimada que es el signo esencial de sus sueños irreconciliables —una forma que es el estilo, el lenguaje en que la historia es contada—, la sexualidad se convierte en un vehículo de los best-sellers de la opresión. No se puede decir de ninguna de las mujeres sexuales de la literatura contemporánea lo que Balzac dijo de la prostituta Esther: que la suya era una ternura que florecía sólo en el infinito. Esta sociedad convierte todo lo que toca en una fuente potencial de progreso y explotación, de cansancio y satisfacción, de libertad y opresión. La sexualidad no es una excepción.


El concepto de desublimación controlada implica la imposibilidad de una liberación simultánea de la sexualidad reprimida y de la agresividad[...] De acuerdo con Freud, el fortalecimiento de la sexualidad (libido) implicaría necesariamente un debilitamiento de la agresividad, y viceversa. Sin embargo, si la liberación de la libido, socialmente permitida y favorecida, va a ser la de una sexualidad parcial y localizada, será equivalente a una compresión del hecho de la energía erótica, y esta desublimación será compatible con el crecimiento de formas de agresividad tanto no sublimadas como sublimadas; una agresividad que crece desenfrenada en la sociedad industrial contemporánea.
"


[1]: En psicoanálisis supone "el mecanismo de defensa mediante el cual se satisface de forma indirecta los impulsos adaptándolos a las normas del medio social, con provecho para uno mismo y para la sociedad."
[2]: Principio que forma dúo con el principio de placer. A diferencia de este, el principio de realidad se basa en el mundo exterior y en la experiencia personal del sujeto para llevar a cabo las pulsiones que pide el principio de placer.

* Las negritas son mías. 

Bibliografía:

-El hombre unidimensional, Herbert Marcuse
-Marcuse, Fromm, Reich: El freudomarxismo, Jose Taberner Guasp, Catalina Rojas Moreno

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