Amor y matrimonio
Cuando De Beauvoir defendió en su El
segundo sexo (1949) que hasta ahora la
mujer solo había sido
expresada en términos de su relación con los hombres (madres,
hijas o hermanas) y que ahora tocaba buscar la propia identidad, dio
en el clavo. Si
Montaigne trata a las mujeres en sus Ensayos es en
gran medida por su relación con
ellas en el amor, en el matrimonio
y en sus vivencias cotidianas, por lo que cualquier
interpretación
que demos de la mujer aquí será en relación a estostérminos[1],
pero
ello no quita el hecho de que Montaigne intentara sinceramente
encontrar las
razones imparciales de la condición de la mujer como
él la había conocido. Así,
narrará uno de las líneas más
avanzadas de su tiempo en este tema. "Diré que varones y
hembras
están formados en el mismo molde; excepto la educación y la
costumbre, la
diferencia no es grande". [2]Lo que temerá sobre todas
las cosas Montaigne en la mujer
no será ninguno de los atributos
depredadores que se les asocia, sino su capacidad
para mermar la
libertad del hombre mediante las relaciones que tengan con
ellos.
Esposas, amantes o amigas.
Habremos de tener esto, y la concepción
epicúrea tratada antes, muy en cuenta si
queremos entender bien lo
que Montaigne quiso decir cuando trató el tema del
matrimonio y del
amor.
El matrimonio, más que una cuestión
de individuo, es una cuestión de linaje. Así
de claro dejará el
autor su posición, no es una cuestión de amor, de pasión ni de
interés personal, es una consideración hacia las generaciones que
vendrán. Más bien,
el amor y la pasión estarán en las antípodas
del matrimonio, cualquier matrimonio
que se precie debería seguir
los métodos de la amistad más que los del amor (físico o
psicológico). El amor es una cuestión de pasión y necesita de
riesgos para sobrevivir,
una pareja ha de fundar el matrimonio en
algo más sólido que eso. Es un completo
error, dirá el autor,
casarse con una amiga, pues pocos son los matrimonios
duraderos que
en ello se fundan. Fundar el matrimonio con un conocido o amado es
comparado con una especie de aberración, tomarse la libertad de
afectar a la
posteridad por nuestros deseos amorosos es algo casi
frívolo[3]. Tomando a Sócrates
como referencia, podemos suponer,
como dice el autor, que puesto que, tanto si
tomamos, como si no, a
una mujer por esposa nos arrepentiremos, que mejor lo
hagamos por el
linaje, la familia o la posteridad. Así pues, la pareja ataráxica
como la
llamará Onfray, es un matrimonio que funda su relación en
un sentimiento
calmado, recatado, prudente, «soso» pero duradero.
El sexo cumplirá una función
tanto social, para dar descendencia,
comohigiénica, procurarnos la salud y buenas
condiciones que de él
se pueden extraer.
La gran cantidad de páginas que dedica
a este tema, que se diluye como siempre en
otros muchos, es de gran
importancia para el tema principal que tratamos, pues
Montaigne,
seguramente adelantándose a su tiempo y de una opinión no muy
compartida por sus coetáneos (recordemos la caza de brujas que se
lleva a cabo)
atacará por ejemplo las relaciones sexuales que los
maridos exigen sin
consentimiento de sus mujeres, comparándolas con
las relaciones que se pueden
tener con los cadáveres[4], ambos
cuerpos sin voluntad ni derecho, o defenderá
también el mismo
derecho al placer de la mujer y el hombre.
Pero, si el matrimonio no está fundado
en el amor ¿Cómo podemos aspirar a este
último? ¿Cómo ser
felices sin una parte importantísima de la vida humana como es
el
placer físico? A esto Montaigne contesta como lo haría un buen
epicúreo. El amor
psicológico no es algo bueno de buscar ni
encontrar, como mucho adornaría la
juventud, la pubertad más bien,
pero el placer físico es bienvenido en la medida que
es valioso en
sí mismo, la búsqueda del placer fuera del matrimonio es
ampliamente
aceptada por el autor, tanto para el hombre como para la
mujer. Pero esto no quiere
decir que sea placer sin afecto, puede
haber afecto sin enamoramiento. Para él, los
cuernos son algo
común, no fuente de desprecio, tal vez sí de lástima, pero las
cuestiones del matrimonio habrían de ser secretas y no ventilarse en
público.
Rememorando a los clásicos romanos recuerda que estos
tenían en mala
consideración tanto el vicio, como la envidia, como
los celos. Por lo que mientras se
dé el amor, físico, como algo
que nos libra de males mayores y nos da placeres
beneficiosos,
siempre será aceptado de buena gana. El pensamiento de Montaigne
busca un amor que no resulte alienante. Si la líbido molesta,
bienvenido sea el
burdel.
[1]Este punto puede entenderse mejor al leer el Ensayo titulado Del ejercicio, Cap. VI Libro II
[2]Libro III, Cap. V
[2]Libro III, Cap. V
[3]«Por ello, prefiero que lo organice mejor un tercero que los interesados, y el seso de otro que el de uno mismo [...] Y así es una especie de incesto ir a usar en este parentesco venerable y sagrado de los esfuerzos y extravagancias de la licencia amorosa» Montaigne, op. cit., p. 826
[4]Montaigne, op. cit., p.856
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