jueves, 28 de febrero de 2013

Mujer en Montaigne (III), Amor y matrimonio


Amor y matrimonio




Cuando De Beauvoir defendió en su El segundo sexo (1949) que hasta ahora la mujer solo había sido expresada en términos de su relación con los hombres (madres, hijas o hermanas) y que ahora tocaba buscar la propia identidad, dio en el clavo. Si Montaigne trata a las mujeres en sus Ensayos es en gran medida por su relación con ellas en el amor, en el matrimonio y en sus vivencias cotidianas, por lo que cualquier interpretación que demos de la mujer aquí será en relación a estostérminos[1], pero ello no quita el hecho de que Montaigne intentara sinceramente encontrar las razones imparciales de la condición de la mujer como él la había conocido. Así, narrará uno de las líneas más avanzadas de su tiempo en este tema. "Diré que varones y hembras están formados en el mismo molde; excepto la educación y la costumbre, la diferencia no es grande". [2]Lo que temerá sobre todas las cosas Montaigne en la mujer no será ninguno de los atributos depredadores que se les asocia, sino su capacidad para mermar la libertad del hombre mediante las relaciones que tengan con ellos. Esposas, amantes o amigas.
Habremos de tener esto, y la concepción epicúrea tratada antes, muy en cuenta si queremos entender bien lo que Montaigne quiso decir cuando trató el tema del matrimonio y del amor.

El matrimonio, más que una cuestión de individuo, es una cuestión de linaje. Así de claro dejará el autor su posición, no es una cuestión de amor, de pasión ni de interés personal, es una consideración hacia las generaciones que vendrán. Más bien, el amor y la pasión estarán en las antípodas del matrimonio, cualquier matrimonio que se precie debería seguir los métodos de la amistad más que los del amor (físico o psicológico). El amor es una cuestión de pasión y necesita de riesgos para sobrevivir, una pareja ha de fundar el matrimonio en algo más sólido que eso. Es un completo error, dirá el autor, casarse con una amiga, pues pocos son los matrimonios duraderos que en ello se fundan. Fundar el matrimonio con un conocido o amado es comparado con una especie de aberración, tomarse la libertad de afectar a la posteridad por nuestros deseos amorosos es algo casi frívolo[3]. Tomando a Sócrates como referencia, podemos suponer, como dice el autor, que puesto que, tanto si tomamos, como si no, a una mujer por esposa nos arrepentiremos, que mejor lo hagamos por el linaje, la familia o la posteridad. Así pues, la pareja ataráxica como la llamará Onfray, es un matrimonio que funda su relación en un sentimiento calmado, recatado, prudente, «soso» pero duradero. El sexo cumplirá una función tanto social, para dar descendencia, comohigiénica, procurarnos la salud y buenas condiciones que de él se pueden extraer.

La gran cantidad de páginas que dedica a este tema, que se diluye como siempre en otros muchos, es de gran importancia para el tema principal que tratamos, pues Montaigne, seguramente adelantándose a su tiempo y de una opinión no muy compartida por sus coetáneos (recordemos la caza de brujas que se lleva a cabo) atacará por ejemplo las relaciones sexuales que los maridos exigen sin consentimiento de sus mujeres, comparándolas con las relaciones que se pueden tener con los cadáveres[4], ambos cuerpos sin voluntad ni derecho, o defenderá también el mismo derecho al placer de la mujer y el hombre.

Pero, si el matrimonio no está fundado en el amor ¿Cómo podemos aspirar a este último? ¿Cómo ser felices sin una parte importantísima de la vida humana como es el placer físico? A esto Montaigne contesta como lo haría un buen epicúreo. El amor psicológico no es algo bueno de buscar ni encontrar, como mucho adornaría la juventud, la pubertad más bien, pero el placer físico es bienvenido en la medida que es valioso en sí mismo, la búsqueda del placer fuera del matrimonio es ampliamente aceptada por el autor, tanto para el hombre como para la mujer. Pero esto no quiere decir que sea placer sin afecto, puede haber afecto sin enamoramiento. Para él, los cuernos son algo común, no fuente de desprecio, tal vez sí de lástima, pero las cuestiones del matrimonio habrían de ser secretas y no ventilarse en público. Rememorando a los clásicos romanos recuerda que estos tenían en mala consideración tanto el vicio, como la envidia, como los celos. Por lo que mientras se dé el amor, físico, como algo que nos libra de males mayores y nos da placeres beneficiosos, siempre será aceptado de buena gana. El pensamiento de Montaigne busca un amor que no resulte alienante. Si la líbido molesta, bienvenido sea el burdel. 


[1]Este punto puede entenderse mejor al leer el Ensayo titulado Del ejercicio, Cap. VI Libro II
[2]Libro III, Cap. V
[3]«Por ello, prefiero que lo organice mejor un tercero que los interesados, y el seso de otro que el de uno mismo [...] Y así es una especie de incesto ir a usar en este parentesco venerable y sagrado de los esfuerzos y extravagancias de la licencia amorosa» Montaigne, op. cit., p.  826 
[4]Montaigne, op. cit., p.856

 

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